¿Eres de los que cargan recuerdos negativos en su equipaje vital? ¿Acostumbras rememorar experiencias negativas vs positivas ? ¿Cómo te hacen sentir?
Esta semana leí un cuento que me llamó la atención, se llama El Buscador, de Jorge Bucay, algo sacudió en mí, y recordé un diario que tenía cuando era chica, en el escribía muy de vez en cuando, pero lo realmente importante es qué tipo de cosas escribía…
Mayormente eran experiencias negativas, tenía una morbosa tendencia por lo triste: películas tristes, canciones tristes, vivencias tristes, triste, si, era medio emo jajajaja
Después de experiencias de todo tipo y del camino que inicie en la practica del mindfulness he aprendido el daño que esto le hace a tu mente-cuerpo y poco a poco me he abierto a otro tipo de pensamientos, de conductas, sobretodo, he dejado de enfrascarme en estímulos negativos y he empezado a sonreír más.
Por salud debemos aliviar nuestra carga mental, dejar ir, soltar, vivir en el presente, pero si por algún motivo quieres rememorar el pasado, que sea un pasado agradable, que te saque una carcajada, que te haga sentir motivado, empoderado, pletórico de alegría…
Si has de coleccionar, colecciona sonrisas y si han de ser lágrimas, que sean solo lágrimas de felicidad.
Es una estrategia sencilla…no lastima, la puedes hacer desde cualquier lugar, es gratis, en Xaria tenemos más para ti.
Después de esta pequeña introducción, aquí va el cuento:
“Esta es la historia de un hombre que podría ser definido como buscador. Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a seguir esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una pequeña valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó sus ojos, que eran los de un buscador, sobre una de las piedras, y leyó su inscripción:
“Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar en el niño de tan corta edad enterrado en ese lugar.
Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla: “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terriblemente conmocionado ¡Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida! Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo llenó de espanto fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba los 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó, lo miró un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No, ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente y que ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré:
Cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello. Es una tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y lo anota en ella. A la izquierda que fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo:
¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana, dos, tres semanas y media?…Y después… la emoción del primer beso, ¿Cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? … ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?… ¿O casamiento de los amigos…? ¿Y el viaje más deseado…? ¿El encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿Horas?, ¿Días?…
Así, vamos anotando en la libreta cada uno de esos momentos, y cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
Entonces, cuando estés frente al pelotón de fusilamiento (No he podido dejar del todo el dramatismo :p) ¿Cómo quieres contar tus horas, minutos y segundos? ¿Vas a rememorar experiencias negativas vs positivas?
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